Apuntes de un economista experto en mujeres


Hablar de mujeres en el Día de la Mujer, suena a tópico pero resulta que hace rato que andaba con ganas de hablar sobre Thorstein Veblen, un economista un tanto peculiar, y el hecho de que sea 8 marzo me lo pone fácil para enlazar, una vez más a la economía y a las mujeres.
                Pero, ¿quién era este hombre? Los que hayan estudiado Economía seguramente les sonará. En efecto, este economista fue el primero en analizar de manera más o menos seria el comportamiento de los bienes de lujo
Pero aparte de eso, su obra, la Teoría de la clase ociosa es un tratado que no solo leen los economistas sino también los sociólogos y los antropólogos. ¿Por qué? Porque se propone estudiar de forma pormenorizada el origen del consumo conspicuo de aquellas primeras clases burguesas que empezaban a reclamar un lugar muy importante en el mundo de consumo allá por el 1900[1].
                Pero para llegar a eso que él llamó consumo ostensible o conspicuo el autor se propone estudiar el origen de la propiedad como tal, retrotrayéndose a las primeras tribus. En efecto, de acuerdo a la lógica de Veblen, los hombres se apropian de las mujeres a modo de trofeo incluso antes de que se empezaran a apropiar de objetos. En sus propias palabras:

“la práctica de quitarle las mujeres al enemigo y utilizarlas como trofeos dio luego origen a una modalidad de propiedad-matrimonio que tuvo como resultado la aparición de un hogar con un jefe masculino” (p.49)

                ¿Qué tul? El origen de la familia y de la propiedad, tal como lo conocemos, comienza con la apropiación por parte del hombre de la mujer a la que somete a la completa esclavitud.  Y la razón de esta apropiación no es más que la emulación. No lo digo yo. Lo dice este señor un año antes de que comenzara el siglo XX.
Sin embargo, su tono no es de denuncia. En realidad, se propone explicar el patrón de consumo de la clase burguesa y logra hacerlo de manera honesta y brutal.
Y nosotros nos preguntamos, ¿cómo un libro tan interesante puede pasar desapercibido, no solo para el público en general, sino para los mismos economistas?
                No estamos seguros pero sabemos que Veblen tuvo una vida errante, no era religioso y tampoco caía bien en las universidades en las que trabajaba. Eso, sumado a que su esposa decidió difamarlo por una supuesta infidelidad con una alumna 20 años menor, (al menos eso es lo que alega su prologuista a la edición castellana) obligó a nuestro querido amigo a huir en una época en que los profesores debían tener una vida privada intachable.
Fuente: http://www.htbackdrops.com/v2/displayimage.php?pid=10205

Así fue como recaló en Stanford, con su joven alumna pisándole los talones. Y también su esposa legal que no paró hasta que despidieron al desagraciado profesor.
                Pero bueno, aparte de su vida personal un poco tormentosa, este hombre fue capaz de describir una realidad (el lado oscuro del consumo burgués) sin juicios de valor, solo apelando a la historia, a la antropología y al conocimiento de la sociedad en la que se movía. Por eso su descripción del matrimonio  visto como sometimiento de la mujer por parte del hombre no tiene un tono de denuncia. Tampoco condena el consumo ostensible de las clases burguesas pero su descripción tan ácida y acertada ha servido para que muchos lectores encuentren argumentos convincentes a favor de la causas de las mujeres o de los oprimidos.
Pero volvamos un momento a sus escritos y a su particular teoría del vestido.
                Las clases ociosas tienen que mostrar su riqueza consumiendo y, no solo eso, además deben seguir un patrón de consumo concreto que demuestre a la sociedad que efectivamente ellos son ricos.  En esta dinámica, el trabajo, sobretodo, el manual, está mal visto. Ante todo, esta clase desea mostrar con todo su ser que está ociosa y que ello es un orgullo que no debe ocultarse. Veblen nos lo relata magistralmente:

“Gran parte del encanto que posee un zapato de charol, la ropa blanca impoluta, el sombrero de copa brillante  y el bastón, que tanto realzan la dignidad natural de un caballero, provienen del hecho de que sugieren convincentemente que el usuario no puede, cuando va vestido de este modo, echar una mano en ninguna ocupación que sea, directa o indirectamente, de alguna utilidad humana” (p.181).

Es decir, la ropa elegante nos dice muchas cosas: que hemos pagado mucho por tenerla, que estamos a la moda y que somos unos completos inútiles.
Me encanta este señor y la manera que tiene de sacar conclusiones económicas y antropológicas de un hecho tan simple como una prenda de vestir.
Pero, en este relato ¿en qué lugar quedan mujeres? Veblen no se olvida de ellas. En efecto, la ropa elegante de caballero puede que imposibilite a su usuario cocinar unas milanesas o cambiar un pañal pero la ropa elegante de la mujer directamente impide cualquier tipo de acción, inclusive respirar con comodidad y si no piénsese en los antiguos corsés. Una prenda incómoda y dolorosa. O esas pamelas imposibles  que usan las inglesas en los casamientos reales y que las obligan a no bajar la cabeza bajo ningún concepto.
Y es que la ropa elegante de mujer va un paso más allá y Veblen se da cuenta de ello. En este caso, no solo hay que mostrar ociosidad sino que también las prendas de vestir juegan un papel de decoración, de agradar. En este sentido, nos recuerda Veblen:

“el tacón alto, la falda el sombrero aparatoso e inútil, el corsé, y en general, la falta de consideración por la comodidad de la usuaria (…) son otras tantas pruebas de que en el esquema de la vida civilizada moderna la mujer todavía es, en teoría, económicamente dependiente del hombre”. (p.191)

Veblen asemeja la incomodidad de los atuendos de las mujeres con los criados con librea de su época e incluso con la ropa de los sacerdotes. En definitiva, de lo que estamos hablando es de que la mujer en este esquema es la sirvienta principal de la casa.
Y para terminar, volvemos a su vida privada. Sabemos que Veblen tenía fama de mujeriego, ya lo dijimos al principio. A su paso por la Universidad de Chicago, el decano lo llamó a su despacho:
    Tenemos un problema con las mujeres de nuestros profesores…
    Oh sí…son terribles… las tengo a todas…[2]
Seis meses después fue despedido por lo que tuvo que recalar en Stanford en donde, según algunos biógrafos, no se pudo resistir al flirteo universitario…
 Pero dejando de lado el anecdotario, no está claro hasta qué punto esta fama minó su credibilidad como economista o como posible representante del feminismo pero está claro que su obra maestra Teoría de la clase ociosa ha hecho mucho más por las mujeres que cualquier política progre a favor de la igualdad de sexos.
Y por último, soy de los que piensan que uno de los enemigos más antiguos de las mujeres son las mismas mujeres. Ya saben, a menudo se comportan como auténticas bitches y si no que le pregunten a Virginia Woolf y a su pandilla de mujeres brillantes y mandonas (ver Keynes, los usos de la estadística y otras banalidades…) Casi me las puedo imaginar… dialogando, con sus voces chillonas, sufrientes y hermosas. Neuróticas. Versátiles. Seductoras. Envidiosas.
Monstruosamente reales. Como nadie.
Y ahora los dejo. Me espera mi vermuth en este día de lluvia. Brindo por ellas escuchando a Hysterica y pensando si el heavy metal como el keynesianismo está definitivamente muerto.  



[1] Veblen (2011): Teoría de la clase ociosa. Alianza editorial. Madrid
[2] Gilman, Nils. Thorstein Veblen's neglected feminism. Journal of Economic Issues33. 3 (Sep 1999): 689-711.

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